Conociendo el país que verá nacer a mi hijo III : Lago Tana
A los viajes conviene ir persiguiendo mitos, y el mío, cuando visité el lago Tana, en el Noroeste etíope, no era otro que poner los pies en el lugar donde nace el Nilo Azul. Pero las tierras que rodean al Tana, y el propio lago, son mucho más que un espacio geográfico de donde fluye un gran río. Se trata, sin duda alguna, de la región más importante de Etiopía desde el punto de vista histórico. Durante varios siglos, entre el XV y el XIX, la zona fue elegida por los emperadores abisinios para establecer sus cortes, que en aquellos días eran itinerantes, cambiando de emplazamiento según escaseaban el agua y la caza, y los bosques habían sido cumplidamente talados. Todo ese pasado de aventuras imperiales e incontables guerras ha dejado sus rastros en el área que rodea el Tana y en el interior del propio lago. Es una huella no exenta de riqueza cultural, teniendo en cuenta que Etiopía es el único país del África subsahariana que cuenta desde siglos atrás con lengua escrita, el amárico, y crónicas reales y leyendas trasladadas a libro con más de cinco siglos de antigüedad.
HISTORIA. El Tana es el más grande de todos los lagos etíopes, con 75 kilómetros de largo y 65 de ancho. Se extiende a unos 1.700 metros de altura sobre el nivel del mar y su profundidad nunca va más allá de los 14 metros. Es un lago tranquilo, apenas azotado por las tormentas, y cuenta en su interior con 37 islas. Aparte de algunas lanchas para turistas, el único medio local de transporte lacustre es un viejo transbordador, el Tanana, que navega de Sur a Norte los domingos, del puerto de Bahr Dar al de Gorgora, y de Norte a Sur los miércoles. En condiciones normales, el viaje duraría cinco o seis horas. Pero como este barco es una especie de lechera, pues se detiene en varios puertos de las islas y el litoral, el viaje lleva al final un día y medio.
A pesar de que ya caminamos en el siglo XXI, en el Tana sobrevive otra forma de navegación cuya antigüedad es imposible de calcular, quizás más de 1.000 años. Se trata de pequeñas canoas que los habitantes de la región conocen como tankwas, construidas a base de papiro, bambú y cuerdas, y movidas a remo. Los tankwas no tienen más de tres o cuatro metros de eslora y carecen de quilla. De manera que cuando van muy cargados se hunden en el agua hasta la borda. Duran unos cuatro meses antes de que el contacto con el agua los pudra. Pero hacer uno nuevo no lleva, en los astilleros de Bahr Dar, más de tres días. Sus aguas tienen abundante pesca, sobre todo perca, pez gato y tilapia, y hay algunas familias de hipopótamos, muy peligrosos para los frágiles tankwas. En las agrestes orillas abundan las serpientes pitón y mamba negra, hienas y, en ocasiones, leopardos.
Las principales ciudades de la región del lago son Bahr Dar, al Sur, y Gorgora y Gondar, en el Norte. Bahr Dar es una bonita ciudad, populosa y alegre, arbolada de majestuosas jacarandás, palmeras, almendros indios y frangipanis. Huele a flores en sus riberas, que abundan en cormoranes, pelícanos y milanos negros. Todos los sábados, la ciudad congrega el mercado más grande de la región y Bahr Dar se llena de gentes venidas de los pueblos vecinos.
En el extremo oriental de la localidad brota el Nilo Azul, ancho, manso y solemne, y desde allí emprende su largo viaje, atravesando el occidente etíope y el Sur de Sudán, al encuentro de su hermano el Nilo Blanco en Jartúm. A unos 30 kilómetros de Bahr Dar, hacia el Sur, se produce el primer gran salto del río, en las cataratas de Tis Isat, un imponente espectáculo de la naturaleza, con el vapor del agua llenando los aires bajo uno de los cielos más limpios de África. No en balde, Tis Isat quiere decir en lengua amárica el humo sin fuego.
El puerto de Gorgora abre la puerta a la ciudad de Gondar, que fue capital del imperio durante algo más de un siglo en los días de la dinastía de los Fasilidas. En Gondar se alzan varios de los castillos que hicieron construir los emperadores y por esa razón la ciudad se conoce como el Camelot de África.
HUELLAS DEL PASADO. Los constructores de los imponentes castillos de piedra fueron artesanos portugueses, que llegaron con tropas lusas a la región en el siglo XVI para ayudar a los reyes etíopes a combatir una invasión de los musulmanes. También, aquellos portugueses dejaron varios puentes, con todas las trazas de la arquitectura medieval europea.
En los alrededores de Gondar, y especialmente en la aldea de Wolleka, quedan algunas decenas de miembros de una comunidad judía cuya existencia, dicen allí, se remonta 2.500 años en el tiempo. Se los llama falachas y ellos se nombran a sí mismos Bet Israel, pueblo de Israel. Según la leyenda, viajaron desde Jerusalén con el rey Menelik I, alrededor del siglo VI a. C., y con ellos trajeron el Arca de la Alianza que, según la leyenda, permanece oculta en la iglesia de Santa María de la ciudad de Axun, en Tigray, al Norte de Gondar. Los falachas son muy pocos, pues la mayoría de ellos fueron rescatados por Israel en 1990, en plena guerra civil, por medio del envío de varias decenas de aviones de transporte, en una empresa que Tel Aviv bautizó como Operación Salomón.
Los falachas, a la entrada de Wolleka, han puesto un cartel donde se lee «Welcome to Sion». Viven en extrema pobreza y a los turistas que se acercan hasta allí, por lo general judíos de Europa y América, les venden una curiosa artesanía: una cajita donde yacen después de copular Salomón y la reina de Saba, regia cópula que dió origen, hace dos milenios y medio y según la mitología etíope, a la dinastía de sus reyes.
CIVILIZACIÓN ÚNICA. Etiopía es un país de religión cristiana ortodoxa, obediente de la Iglesia copta de Egipto. Rodeado por países de fe musulmana, ha mantenido su liturgia, influida por el Islam y el judaísmo, casi intocada desde muchos siglos atrás. Si se tiene en cuenta que Etiopía es el único país africano nunca colonizado, aunque fue invadido varias veces, la última por las tropas de Mussolini, hay que convenir que estamos ante una civilización sumamente original en el gran continente negro, única, y muy orgullosa de sí misma.
Muchas de las mejores expresiones de su cultura están en la región del Tana. Primero, en la islas, en 20 de las cuales se alzan templos y monasterios, algunos del siglo XVII. En Kentran-Gabriel una comunidad de monjes mantienen una iglesia de aquel siglo en la que pueden verse bellísimas pinturas murales del arte etíope, de corte bizantino. Hay allí un rústico y pequeño museo donde se guardan viejos códices, crónicas reales, trípticos con pinturas religiosas, y sables y coronas de antiguos emperadores. En varias de estas comunidades de las islas del Tana no pueden entrar las mujeres, pero en una de ellas existe una pequeña comunidad, con tan sólo dos monjas, en la que quienes tienen prohibida la entrada son los hombres.
En la pequeña isla de Daga-Estifanos se encuentran los nichos con las momias de algunos de los emperadores de la dinastía de los Fasilidas, entre ellos la de su fundador, Fasilides, y la de su padre, Susinios, convertido al catolicismo por el jesuita español Pedro Páez a comienzos del siglo XVII. En fin, no lejos del lago, vale la pena acercarse a la ciudad de Lalibela para admirar los monasterios coptos excavados en la piedra.
Etiopía es un país único en África. Y la región del Tana, en cierta manera, su corazón y su santuario.
Articulo: Javier Reverte http://www.elmundo.es/viajes/2001/VI03/V03-22.html
HISTORIA. El Tana es el más grande de todos los lagos etíopes, con 75 kilómetros de largo y 65 de ancho. Se extiende a unos 1.700 metros de altura sobre el nivel del mar y su profundidad nunca va más allá de los 14 metros. Es un lago tranquilo, apenas azotado por las tormentas, y cuenta en su interior con 37 islas. Aparte de algunas lanchas para turistas, el único medio local de transporte lacustre es un viejo transbordador, el Tanana, que navega de Sur a Norte los domingos, del puerto de Bahr Dar al de Gorgora, y de Norte a Sur los miércoles. En condiciones normales, el viaje duraría cinco o seis horas. Pero como este barco es una especie de lechera, pues se detiene en varios puertos de las islas y el litoral, el viaje lleva al final un día y medio.
A pesar de que ya caminamos en el siglo XXI, en el Tana sobrevive otra forma de navegación cuya antigüedad es imposible de calcular, quizás más de 1.000 años. Se trata de pequeñas canoas que los habitantes de la región conocen como tankwas, construidas a base de papiro, bambú y cuerdas, y movidas a remo. Los tankwas no tienen más de tres o cuatro metros de eslora y carecen de quilla. De manera que cuando van muy cargados se hunden en el agua hasta la borda. Duran unos cuatro meses antes de que el contacto con el agua los pudra. Pero hacer uno nuevo no lleva, en los astilleros de Bahr Dar, más de tres días. Sus aguas tienen abundante pesca, sobre todo perca, pez gato y tilapia, y hay algunas familias de hipopótamos, muy peligrosos para los frágiles tankwas. En las agrestes orillas abundan las serpientes pitón y mamba negra, hienas y, en ocasiones, leopardos.
Las principales ciudades de la región del lago son Bahr Dar, al Sur, y Gorgora y Gondar, en el Norte. Bahr Dar es una bonita ciudad, populosa y alegre, arbolada de majestuosas jacarandás, palmeras, almendros indios y frangipanis. Huele a flores en sus riberas, que abundan en cormoranes, pelícanos y milanos negros. Todos los sábados, la ciudad congrega el mercado más grande de la región y Bahr Dar se llena de gentes venidas de los pueblos vecinos.
En el extremo oriental de la localidad brota el Nilo Azul, ancho, manso y solemne, y desde allí emprende su largo viaje, atravesando el occidente etíope y el Sur de Sudán, al encuentro de su hermano el Nilo Blanco en Jartúm. A unos 30 kilómetros de Bahr Dar, hacia el Sur, se produce el primer gran salto del río, en las cataratas de Tis Isat, un imponente espectáculo de la naturaleza, con el vapor del agua llenando los aires bajo uno de los cielos más limpios de África. No en balde, Tis Isat quiere decir en lengua amárica el humo sin fuego.
El puerto de Gorgora abre la puerta a la ciudad de Gondar, que fue capital del imperio durante algo más de un siglo en los días de la dinastía de los Fasilidas. En Gondar se alzan varios de los castillos que hicieron construir los emperadores y por esa razón la ciudad se conoce como el Camelot de África.
HUELLAS DEL PASADO. Los constructores de los imponentes castillos de piedra fueron artesanos portugueses, que llegaron con tropas lusas a la región en el siglo XVI para ayudar a los reyes etíopes a combatir una invasión de los musulmanes. También, aquellos portugueses dejaron varios puentes, con todas las trazas de la arquitectura medieval europea.
En los alrededores de Gondar, y especialmente en la aldea de Wolleka, quedan algunas decenas de miembros de una comunidad judía cuya existencia, dicen allí, se remonta 2.500 años en el tiempo. Se los llama falachas y ellos se nombran a sí mismos Bet Israel, pueblo de Israel. Según la leyenda, viajaron desde Jerusalén con el rey Menelik I, alrededor del siglo VI a. C., y con ellos trajeron el Arca de la Alianza que, según la leyenda, permanece oculta en la iglesia de Santa María de la ciudad de Axun, en Tigray, al Norte de Gondar. Los falachas son muy pocos, pues la mayoría de ellos fueron rescatados por Israel en 1990, en plena guerra civil, por medio del envío de varias decenas de aviones de transporte, en una empresa que Tel Aviv bautizó como Operación Salomón.
Los falachas, a la entrada de Wolleka, han puesto un cartel donde se lee «Welcome to Sion». Viven en extrema pobreza y a los turistas que se acercan hasta allí, por lo general judíos de Europa y América, les venden una curiosa artesanía: una cajita donde yacen después de copular Salomón y la reina de Saba, regia cópula que dió origen, hace dos milenios y medio y según la mitología etíope, a la dinastía de sus reyes.
CIVILIZACIÓN ÚNICA. Etiopía es un país de religión cristiana ortodoxa, obediente de la Iglesia copta de Egipto. Rodeado por países de fe musulmana, ha mantenido su liturgia, influida por el Islam y el judaísmo, casi intocada desde muchos siglos atrás. Si se tiene en cuenta que Etiopía es el único país africano nunca colonizado, aunque fue invadido varias veces, la última por las tropas de Mussolini, hay que convenir que estamos ante una civilización sumamente original en el gran continente negro, única, y muy orgullosa de sí misma.
Muchas de las mejores expresiones de su cultura están en la región del Tana. Primero, en la islas, en 20 de las cuales se alzan templos y monasterios, algunos del siglo XVII. En Kentran-Gabriel una comunidad de monjes mantienen una iglesia de aquel siglo en la que pueden verse bellísimas pinturas murales del arte etíope, de corte bizantino. Hay allí un rústico y pequeño museo donde se guardan viejos códices, crónicas reales, trípticos con pinturas religiosas, y sables y coronas de antiguos emperadores. En varias de estas comunidades de las islas del Tana no pueden entrar las mujeres, pero en una de ellas existe una pequeña comunidad, con tan sólo dos monjas, en la que quienes tienen prohibida la entrada son los hombres.
En la pequeña isla de Daga-Estifanos se encuentran los nichos con las momias de algunos de los emperadores de la dinastía de los Fasilidas, entre ellos la de su fundador, Fasilides, y la de su padre, Susinios, convertido al catolicismo por el jesuita español Pedro Páez a comienzos del siglo XVII. En fin, no lejos del lago, vale la pena acercarse a la ciudad de Lalibela para admirar los monasterios coptos excavados en la piedra.
Etiopía es un país único en África. Y la región del Tana, en cierta manera, su corazón y su santuario.
Articulo: Javier Reverte http://www.elmundo.es/viajes/2001/VI03/V03-22.html
¡Hola! Te invito a un meme en mi blog. Pásate a recogerlo!! Un abrazo