Lalibela y el café etíope
He encontrado un articulo de prensa muy interesante sobre la ciudad Etiope Lalibela y el ritual del cafe. Espero que poco a poco aprendamos más de esta fascinante cultura. A partir de ahora mi marido y y0 solo tomamos café de etiopía, además de estar buenísimo, aportamos un granito de arena a la economía del país. Podeis comprar café de etiopía de Intermon Oxfam y en Carrefour de la propia marca Carrefour a muy buen precio. Imagino que en mas lugares venderan, nosotros lo compramos en esos sitios.
En el este de Africa, a unos 650 km al norte de la capital etíope Addis Abeba, una pequeña ciudad rodeada de montañas llamada Lalibela preserva las raíces de una legendaria tradición local: la ceremonia del café. Núcleo de la vida diaria etíope, la ceremonia del café no es sólo una expresión de hospitalidad, sino también una herramienta para estrechar lazos sociales y familiares. El café es un producto esencial para la economía del país y su aroma recorre la sangre de los etíopes así como el fútbol la de los argentinos.
Principal centro de peregrinación en Etiopía, Lalibela es considerada por los cristianos ortodoxos etíopes como la Jerusalén de Africa. Sus habitantes, dueños de una devoción religiosa difícil de encontrar en otro país africano, han conservado de manera intacta las reglas centenarias de un ritual que ya se practicaba en tiempos en los que la historia del mundo todavía estaba por escribirse. “Hello, Mister! I want to invite you to a coffee ceremony!” Los locales han aprendido la frase a la perfección. La invitación es cordial y desinteresada. Basta notar el orgullo expresado en el rostro del dueño de casa para comprender que su único propósito es agasajar al invitado. En realidad, la humilde casa es simplemente una pequeña habitación de adobe de unos 10 metros cuadrados. Las paredes están cubiertas con imágenes religiosas y sobre la cama descansan una cruz de madera y una Biblia escrita en amárico, la lengua oficial. El anfitrión, un monje cristiano ortodoxo de barba crecida y sonrisa constante, lleva un turbante blanco sobre su cabeza y viste una larga túnica que le llega hasta los tobillos. No hay electricidad. La luz natural se interrumpe por la presencia de curiosos vecinos quienes, parados en la puerta, se comprometen a mantener en secreto la presencia del invitado para aprovechar así al máximo su visita.
La barrera del idioma demuestra que no es necesario hablar para comunicarse. A veces es suficiente con muecas y miradas.
Según la tradición, el café lo debe preparar una mujer. El monje da la orden y una niña toma los verdes granos de café de una caja de metal. Se sienta sobre un asiento diminuto prácticamente al nivel del suelo y comienza a lavarlos con agua uno por uno. Así, elimina impurezas y descarta aquellos granos que se encuentran en mal estado. Luego, los granos recién lavados se tuestan en una bandeja sobre un brasero con carbón. En todo momento, el sabroso aroma a café se mezcla con el desprendido por el incienso que acompaña el ritual. La niña revuelve los granos ceremonialmente mientras el monje asume el papel social de entretener al invitado. Una vez tostados, los granos son presentados al invitado para que éste pueda, una vez más, percibir su aroma. Luego, la niña coloca los granos en un mortero de madera y utiliza una vara metálica para molerlos pacientemente hasta convertirlos en un polvo fino. El grano molido se introduce en una cafetera de base ancha a la que se añade agua y posteriormente se coloca sobre el brasero. Ha pasado al menos una hora desde el comienzo de la ceremonia. La niña lleva el agua a ebullición antes de servir ágilmente el café en una taza sin asas desde una altura de 15 centímetros. Utilizando ambas manos como tratándose de una ofrenda, el anfitrión entrega con supremo orgullo la pronta (primer café) al invitado. Según la tradición, es un honor beber el primer café y el anfitrión debe observar la satisfacción en la cara del invitado antes de servirle a los demás. Se acostumbra tomar tres tazas de café. El segundo se llama tona y el último marakah.
Dicen que en Etiopía se hablan más de setenta lenguas, pero en la ciudad santa de Lalibela se habla de café, solamente de café.
Principal centro de peregrinación en Etiopía, Lalibela es considerada por los cristianos ortodoxos etíopes como la Jerusalén de Africa. Sus habitantes, dueños de una devoción religiosa difícil de encontrar en otro país africano, han conservado de manera intacta las reglas centenarias de un ritual que ya se practicaba en tiempos en los que la historia del mundo todavía estaba por escribirse. “Hello, Mister! I want to invite you to a coffee ceremony!” Los locales han aprendido la frase a la perfección. La invitación es cordial y desinteresada. Basta notar el orgullo expresado en el rostro del dueño de casa para comprender que su único propósito es agasajar al invitado. En realidad, la humilde casa es simplemente una pequeña habitación de adobe de unos 10 metros cuadrados. Las paredes están cubiertas con imágenes religiosas y sobre la cama descansan una cruz de madera y una Biblia escrita en amárico, la lengua oficial. El anfitrión, un monje cristiano ortodoxo de barba crecida y sonrisa constante, lleva un turbante blanco sobre su cabeza y viste una larga túnica que le llega hasta los tobillos. No hay electricidad. La luz natural se interrumpe por la presencia de curiosos vecinos quienes, parados en la puerta, se comprometen a mantener en secreto la presencia del invitado para aprovechar así al máximo su visita.
La barrera del idioma demuestra que no es necesario hablar para comunicarse. A veces es suficiente con muecas y miradas.
Según la tradición, el café lo debe preparar una mujer. El monje da la orden y una niña toma los verdes granos de café de una caja de metal. Se sienta sobre un asiento diminuto prácticamente al nivel del suelo y comienza a lavarlos con agua uno por uno. Así, elimina impurezas y descarta aquellos granos que se encuentran en mal estado. Luego, los granos recién lavados se tuestan en una bandeja sobre un brasero con carbón. En todo momento, el sabroso aroma a café se mezcla con el desprendido por el incienso que acompaña el ritual. La niña revuelve los granos ceremonialmente mientras el monje asume el papel social de entretener al invitado. Una vez tostados, los granos son presentados al invitado para que éste pueda, una vez más, percibir su aroma. Luego, la niña coloca los granos en un mortero de madera y utiliza una vara metálica para molerlos pacientemente hasta convertirlos en un polvo fino. El grano molido se introduce en una cafetera de base ancha a la que se añade agua y posteriormente se coloca sobre el brasero. Ha pasado al menos una hora desde el comienzo de la ceremonia. La niña lleva el agua a ebullición antes de servir ágilmente el café en una taza sin asas desde una altura de 15 centímetros. Utilizando ambas manos como tratándose de una ofrenda, el anfitrión entrega con supremo orgullo la pronta (primer café) al invitado. Según la tradición, es un honor beber el primer café y el anfitrión debe observar la satisfacción en la cara del invitado antes de servirle a los demás. Se acostumbra tomar tres tazas de café. El segundo se llama tona y el último marakah.
Dicen que en Etiopía se hablan más de setenta lenguas, pero en la ciudad santa de Lalibela se habla de café, solamente de café.
Indiferente al paso del tiempo y ciudad santa por excelencia en Etiopía, Lalibela alberga un tesoro considerado por muchos como una de las maravillas del mundo. Declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 1978, las once extraordinarias iglesias de Lalibela son construcciones monolíticas, a nivel del suelo, y fueron talladas en la roca volcánica en el siglo XIII. Salidas como de las entrañas de la Tierra, las iglesias están conectadas por un laberinto de túneles y pasajes que dan a cuevas de ermitaños y tumbas. La riqueza arquitectónica de sus iglesias combinada con usuales rituales y procesiones religiosas dan a Lalibela un ambiente único, casi bíblico.
Por Federico Qüerio*